martes, 15 de marzo de 2011

No todo el que espera desespera

Ayer vivimos el que, seguramente, pasará a la historia como el Vía Crucis del Consejo con más emoción de cuantos ha habido. Y es que hasta última hora no supimos a ciencia cierta si el Señor del Soberano Poder de San Gonzalo iría o no rumbo a la Santa Iglesia Catedral. De hecho, a las 16.30 horas, cuando estaba previsto que el cortejo echase a andar, diluviaba en la ciudad, por lo que parecía que, incluso, no iba a haber lugar para que la junta de gobierno hiciese gala de la valentía que anunció que tendría si la meteorología fuese adversa. Pero, pese al agua, sí que pudieron hacerlo.

No en vano, la corporación decidió recortar el itinerario y retrasar la salida a las 18.30 horas, esperando que, nunca mejor dicho, pasase la tormenta. Pero llegó el momento y la duda se mantuvo hasta cerca de las 19.00 horas, cuando la sorpresa y el júbilo estallaron en El Tardón: habría Vía Crucis. Así, a más velocidad de la inicialmente pensada, acortando por el Arenal y sin parar a saludar siquiera en ningún templo, a fin de llegar a la Seo cuanto antes, algo que cosiguieron casi en tiempo récord y pese a que el gentío abarrotaba las calles, deseando disfrutar de lleno una Cuaresma que, pese a lo que marca el calendario, se nos estaba resistiendo.

De este modo, pasadas las 22.30, con la satisfacción de hacer realidad lo que horas antes parecía un sueño casi imposible para la ciudad y con pronósticos mucho más halagüeños bajo el brazo, el cortejo regresó a casa en loor de multitudes, como si fuese un Lunes Santo, sólo que sin nazarenos blancos, ni misterios, ni sones de Cigarreras ni cambios; a la vera de unas andas y entre música de capilla, viviendo el preludio de una Semana Santa que, ahora sí, cada vez vamos viendo más cerca. Ayer, por fin Sevilla volvió a oler a incienso y azahar. Y es que no todo el que espera desespera.

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