jueves, 31 de enero de 2013

Por fin en casa

Ocho meses. Ese es el tiempo que han estado los hermanos de El Museo conteniendo el aliento, con la mente puesta en lo que iba sucediendo en La Catuja, en el IAPH, donde permanecía el Señor de la Expiración siendo sometido a una profunda restauración que le ha permitido recuperar todo su esplendor. De hecho, antes de ayer, cuando fue presentado de nuevo en sociedad en el Museo de Bellas Artes (recuérdalo aquí) que los trabajos han obtenido grandes resultados, devolviéndole ese brillo que perdió allá por el siglo XIX, merced a la pésima conservación que llevaron a cabo algunos profesionales.

De hecho, ahora la imagen se ve mucho más clara, gracias sobre todo a que se han quitado hasta dos capas de barniz que impedían que se vieran importantes detalles como los regueros de sangre que recorren su serpenteante figura. Además, se ha arreglado su policromía, que se ha protegido con una solución mucho menos química que no sólo mejorará su estado, sino que, además, permitirá que no se oxide en el futuro. En definitiva, una labor que ha permitido que el Cristo que tallase Marcos Cabrera allá por 1575 regrese como por arte de magia a su juventud, a aquellos siglos XVI y XVII en los que estaba cobijado bajo el techo del Convento de las Mercedarias, actual museo.

Allí permanecerá hasta mañana, cuando en un pequeño Vía Crucis vaya hasta su capilla, donde le esperará su Madre de las Aguas, con la mirada fija en un cielo al que dará gracias por ver a su Hijo de nuevo. Como también lo harán sus propios devotos, porque la espera se ha hecho tremendamente larga. Han sido ocho meses eternos, llenos de intranquilidad viendo cómo la restauración duraba más de lo inicialmente esperado, aunque ahora, viendo los resultados, ya poco importa todo aquello. Máxime cuando, al fin, el Señor de la Expiración ya está de vuelta en casa.

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