lunes, 1 de abril de 2013

Con más penas que gloria

Esperábamos que esta vez la Semana Santa fuese diferente, que las hermandades fueran las grandes protagonistas y sólo hablásemos de pasos por las calles, pero el tiempo, una vez más, ha dictaminado lo contrario. Los caprichos de las nubes nos han tenido en tensión casi hasta el último momento, ahogando gran parte de nuestras ilusiones, dejándonos con una sensación de vacío tan grande que ni siquiera la nostalgia es capaz de llenarla. Quizás porque no tuvimos la oportunidad de vivir lo suficiente como para llenar nuestro recuerdo de bullas, incienso y azahar. Sólo de cabildos y partes que acababan rasgándonos el alma.

No tanto el Viernes de Dolores, cuando todo comenzó con suspense y lluvia, pero que según fueron pasando las horas desaparecieron. Así, Pino Montano se encargó de inaugurar el tiempo de los nazarenos, poniendo su cruz de guía en la calle a la hora prevista. Casi al unísono lo hicieron las de Bendición y Esperanza del Polígono Sur y las Lágrimas de Pío XII. Le siguieron La Misión y Padre Pío-Palmete, esta última tras una prórroga de 45 minutos que no llegó a consumir entera. Más tarde fue el turno de Bellavista, Humillación de San Pablo, La Corona y Pasión y Muerte, completando de esta manera un inicio de las Vísperas en el que no nos faltó de nada, pero en el que sobraron miradas al cielo.

Por su parte, el Sábado de Pasión amaneció entre rayos, truenos y un apagón que dejó sin luz a zonas como La Macarena o San Jerónimo. Los chubascos se hicieron más habituales que en la jornada anterior y cuando el reloj pasaba de las 16.30 horas y se acercaba el momento de las primeras decisiones seguían presentes. De este modo, Torreblanca suspendió su salida, algo que al poco también haría La Milagrosa. Mientras, la ilusión por sus estrenos daba alas a la ilusión en Alcosa y San José Obrero, que esperaron y no desesperaron hasta las 19.00 horas. Entonces, ambas se echaron a la calle, siendo recibidas por miles de sevillanos que no querían perderse detalle de sus cortejos y que batallaban con un frío casi invernal. Con ello, pudimos ver por fin a la Virgen de la Purísima Concepción bajo su palio, y cómo la última hermandad de penitencia de la ciudad paseaba por su feligresía sin pagar la novatada, como si llevase siglos haciéndolo.

Así llegamos al Domingo de Ramos, que amaneció con sol y encendió los ánimos de todos, haciéndonos pensar que el cielo nos daría una tregua. Quizás esto envalentonó a las cofradías, que comenzaron a salir a su hora, sin prórrogas ni retrasos. La Paz abrió el fuego y, pese a una leve llovizna al poco de iniciar su recorrido, decidió seguir hacia adelante. El cielo se iba encapotando muy poco a poco, casi sin darnos cuenta, aunque La Borriquita, Jesús Despojado, La Hiniesta y La Cena ya se habían puesto en la calle. Fue entonces, cuando acabábamos de ver abierta la Campana, cuando llegó el diluvio. La Borriquita entró en Sierpes para llegar al Salvador por Sagasta, entrando apresuradamente. Jesús Despojado encontró cobijo en la Anunciación mientras el agua caía a caños. Menos suerte tuvo La Paz, cuya Virgen tuvo que quedarse en el Postigo y el Señor en el Arquillo del Ayuntamiento, reuniéndose poco después en la Catedral, cuando llegó una clarita. Finalmente, La Hiniesta y La Cena volvieron sobre sus propios pasos, confirmando que el día más grande del calendario se había roto.

Con este panorama, San Roque decidió quedarse en casa y La Estrella optó por estirar las demoras al máximo, poniéndose en la calle a las 19.00 horas. Poco más tarde, Jesús Despojado, tras ver cómo el Consejo no le dejaba ir hacia la Catedral, emprendía el camino a casa, algo que también hicieron en La Paz. No asumieron riesgos ni La Amargura ni El Amor, quienes se quedaron en sus templos, mientras la primera de Triana ponía boca abajo el corazón de una capital hispalense que se afanaba en disfrutar a cuenta gotas lo que el tiempo le había dejado.

El Lunes Santo, por su parte, comenzó también encapotado, con un airecito que presagiaba agua. Fue entonces cuando en San Pablo desafiaron a las nubes y pusieron rumbo a la Catedral. Su ejemplo, que fue recibido con alguna que otra gota, cundió, y de qué manera, en Santa Genoveva, donde hicieron lo mismo. A este dúo se sumó Redención poco después de las 15.00 horas, mientras San Gonzalo deshojaba la margarita de si salir o no hasta pasadas las 16.30. Esta suma de buenos propósitos y la ausencia de lluvia facilitaron que Santa Marta, Vera+Cruz, Las Penas, Las Aguas y El Museo terminaran de devolver la normalidad a una jornada en la que la bulla tomó las calles como si no hubiese un mañana, un detalle que los partes meteorológicos, que volvían a ser demasiado crueles, presagiaban para el día siguiente.

Porque, una vez más, el Martes Santo arrancó plomizo y con lluvia. Este par de detalles hicieron que El Cerro se quedase en casa por tercer año consecutivo. Fue sólo la primera decisión dolorosa del día, porque la jornada, marcada por la inestabilidad, trajo consigo un carrusel de negativas que siguió en San Esteban, Los Estudiantes, Los Javieres, San Benito, La Candelaria, Santa Cruz y La Bofetá. De nuevo, todo se acababa antes de empezar, sin opciones siquiera a prórrogas (se rumoreó en San Nicolás que se había pedido una hora que jamás se llegó a consumir), prolongando con ello un gafe que ya dura demasiado y que esperemos que, por fin, finalice en 2014.

Entonces, ya nos habremos olvidado también de este Miércoles Santo donde San Pedro faltó a su pacto con la ciudad. La incertidumbre en el cielo, con partes que hablaban de hasta el 80 por ciento de lluvia, provocó que La Sed suspendiese su estación de penitencia, situación que poco después se repitió en San Bernardo. Sin embargo, El Carmen abrió un hilo de esperanza, pidiendo una hora con la firme intención de echarse a la calle. Y así lo hizo, desafiando a las nubes y resucitando una jornada que parecía estar condenada a muerte. Mientras, El Buen Fin se decantó por quedarse en casa, aunque tanto El Baratillo como La Lanzada tiraron de valentía y emularon a la corporación de Omnium Sanctorum, algo que pesó más tarde en el ánimo de El Cristo de Burgos, Las Siete Palabras y Los Panaderos, que, con modelos mucho más favorables, devolvieron toda la normalidad que le faltaba al día.

Pero cuando mejor pintaban las cosas, la lluvia volvió a aparecer, acabando con todo. Un pequeño chaparrón hizo que todas buscasen con rapidez sus templos o el refugio más cercano, y que Los Panaderos, en plena Campana, optasen por suspender su estación de penitencia. Y en ese momento, mientras El Carmen corría hacia su sede canónica, lo mismo que El Baratillo a la suya, tras ver cómo su cortejo se quedaba roto en tres, y El Cristo de Burgos y Las Siete Palabras buscaban la Catedral, entonces, estalló el escándalo. El misterio del Prendimiento comenzaba a exhibirse en el corto trayecto que le separaba de la calle Orfila, dando un recital de cambios mientras las marchas se encadenaban sin solución de continuidad. Entre tanto, la cruz de guía de La Lanzada estaba parada en la esquina de Cuna con Laraña, a la espera de poder pasar para ir hacia San Martín. Y mientras esta se comprimía hasta el extremo, Los Panaderos seguían mirándose su ombligo, sin parar, taponando a su compañera de jornada y haciendo caso omiso a esas premisas básicas de todo traslado de vuelta: circular a paso de mudá y sin obstaculizar a nadie. Y como nadie del Consejo quiso ganarse el cargo llamándoles la atención y el Cecop también está para decorar, La Lanzada tuvo que esperar hasta que la Virgen de Regla llegase a su calle para rodear por La Campana, Santa María de Gracia y Amor de Dios para buscar su templo. Para entonces, ya nadie hablaba de otra cosa en una ciudad que incluso castigó a la junta de gobierno de Orfila con una sonora pitada a su llegada.

Así, en plena resaca por la polémica, llegó el Jueves Santo, en el que por fin volvimos a disfrutar con las siete cofradías de la jornada. Las Cigarreras tuvieron el honor de inaugurar la recuperación del día tras dos años de ausencia, sumándose después Los Negritos, La Exaltación y Montesión. Por su parte, La Quinta Angustia pudo cerrar el listado de hermandades con mujeres en sus filas, mientras que en Pasión, aparte de asistir a la imagen casi inédita del Señor con túnica bordada, por fin pudo estrenarse la Oliva de Salteras tras el palio de la Virgen de la Merced. Sólo un pequeño chispeo a primera hora de la noche hizo que todo se llegase a tambalear un poco, aunque la cosa no pasó a mayores. De hecho, todo transcurrió con total normalidad, aunque con más de una hora de retraso.

De este modo, la noche se convirtió en una Madrugá que comenzó con sobresaltos. No en La Macarena, donde se salió a la hora prevista, las 0.00 horas, pero sí en el Gran Poder, que realizó un cabildo de oficiales de urgencia debido a los partes que anunciaban agua para el amanecer. Al final, el Señor de Sevilla salió, como también El Silencio, El Calvario, La Esperanza de Triana y Los Gitanos. Pero los pronósticos se derramaron sobre nuestras cabezas a las 7.00 horas. Entonces, la lluvia acabó con el sueño, haciendo que El Gran Poder, que no pudo hacer realidad su idea de entrar una hora antes, acabase su estación de penitencia de manera apresurada. Igual que en El Calvario, mientras que Triana se refugiaba en la Catedral. Por su parte, La Macarena quedaba partida en dos, con el palio en el Salvador y el Señor en la Anunciación. Allí, y tras colaborar sus nazarenos abriendo paso, se iba a encontrar al poco con los titulares de Los Gitanos.

A partir de ahí, había que tomar decisiones. Y sólo la corporación del viajo arrabal de San Gil decidió salir a la calle, buscando llegar a la basílica antes del mediodía. Parecía casi imposible lograrlo, pero lo consiguió. Recortando el recorrido, yendo a paso de mudá y prescindiendo incluso del Arco, la Virgen estaba dentro a las 11.30 horas, viendo, mientras se perdía en el interior del templo, cómo el agua comenzaba a cargarse el Viernes Santo. De hecho, El Cachorro y La Carretería empezaron la sangría pocas horas después, diciendo que 'No' por tercer año consecutivo. Más tarde se unieron La Soledad de San Buenaventura (que sopesó la opción de salir sin pasos), La O, San Isidoro, La Mortaja y Montserrat, firmando un triste pleno que volvía a dejarnos sin cofradías en la calle.

Al menos, quedó el consuelo de un Sábado Santo intenso y en el que no hubo que mirar al cielo; que comenzó bien pronto con los multitudinarios traslados de vuelta de La Esperanza de Triana y Los Gitanos, y que continuó por todo lo alto con El Sol, La Trinidad, El Santo Entierro y La Soledad de San Lorenzo. No obstante, no fueron pocos los que echaron de menos un Santo Entierro Grande para conmemorar este Año de la Fe y que, visto lo visto, nos habría permitido quitarnos, aunque sólo fuese en parte, el mal sabor de boca que nos ha dejado esta Semana Santa en la que la lluvia, apenas unas horas más tarde, nos dejó sin su epílogo de La Resurrección.

En definitiva, otra edición de los días grandes para olvidar, donde hemos estado más pendientes de partes meteorológicos que de lo que sucedía en las calles, temiendo desenlaces que ya conocemos demasiado y que se han seguido repitiendo sin solución de continuidad, provocando una desazón tan grande que ha sido capaz de ahogar la nostalgia. Quedan por delante 377 días, más de un año, para ir desgranando una nueva espera, con la ilusión de que esto, aunque haya sido por tercer año consecutivo así, haya sido sólo una pesadilla y que la Semana Santa vuelva por sus fueros, con esa luz que tanto hemos echado en falta en estos días, donde han sobrado llantos y faltado alegrías.

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