lunes, 21 de abril de 2014

Buenísima, pero no perfecta

Muchos defienden que la perfección no existe. Ni siquiera en algo que tiene que ver tanto con lo divino como nuestra Semana Santa. De hecho, un claro ejemplo de ello lo encontramos en lo sucedido en esta edición de 2014, en la que se ha rozado un pleno de cofradías que contrasta con lo sucedido en los últimos tres años, pero que una vez más, y pese a que el buen tiempo nos ha acompañado casi a diario, de nuevo se nos ha resistido. La primavera volvió a hacer de las suyas en el último momento, impidiendo que pudiésemos escribir sin borrones la historia de estos días grandes que fueron tan diferentes en su principio y su final.

Porque todo comenzó con calor, muchísimo, y los sentimientos a flor de piel en un Viernes de Dolores que tuvo como protagonista a los barrios. Padre Pío-Palmete nos regaló los primeros nazarenos de este 2014, que también estuvieron presentes en Pino Montano, La Misión, Bellavista, La Corona y Pasión y Muerte. Mientras, en la parroquia de las Flores se vivió todo de manera extraordinaria, con la salida de un Cautivo de Magaña que, aunque a priori no repetirá en 2015, ha marcado un antes y un después en su feligresía. Entre tanto, el Polígono Sur volvió a dar ejemplo de devoción al lado de Bendición y Esperanza. Por su parte, el Señor de la Humillación volvió a dejar su sello en San Pablo, al tiempo que el Nazareno de las Lágrimas hizo lo propio en Pío XII. Incluso, fue tarde de Vía Crucis por todo lo alto en El Juncal, Nervión (La Sed y el Crucificado del Perdón) o Vera+Cruz. En definitiva, las Vísperas arrancaron por todo lo alto, con una tarde-noche radiante en la que no nos faltó de nada para ir abriendo boca.

Lo mismo sucedería el Sábado de Pasión, que fue inolvidable una vez más en Torreblanca, Alcosa y San José Obrero, así como también en Ciudad Jardín, donde la agrupación parroquial de La Milagrosa sigue soñando con ver pronto las calles de la feligresía llenas de túnicas y capirotes. Aunque, pese a todo, las miradas seguían dirigiéndose al reloj, apurando las horas que restaban para reencontrarnos con un Domingo de Ramos que, a tenor de los pronósticos meteorológicos, poco o nada iba a tener que ver con el del año pasado. Solo habría que preocuparse por saber escoger dónde ver a cada cofradía.

Y también de mitigar como fuese los efectos colaterales de una subida de los termómetros que se dejó notar muchísimo. En cualquier caso, las ganas de Semana Santa pudieron con el bochorno, haciendo que la vieja Híspalis quedase desbordada desde primera hora, con largas colas en los templos que después se transformaron en cuantiosas bullas a partir de la salida de La Paz. Así, pasearon en loor de multitudes ese misterio de La Borriquita que estrenaba remodelación, un Jesús Despojado que se dejó ver tal y como lo concibió Antonio Perea, una hermandad de La Hiniesta que por fin volvimos a ver al completo en la calle, una de La Cena que no sufrió sobresaltos, San Roque desde su 'exilio' en Santiago, La Estrella anunciando que Triana llegaba a Sevilla, el Silencio Blanco de La Amargura y el recogimiento de El Amor. Todo salió a pedir de boca, como si lo hubiesen diseñado desde el mismísimo cielo.

No obstante, el Lunes Santo amaneció cubierto, aunque con la tranquilidad que daba saber que no había anuncios de agua. A pesar de ello, las nubes pusieron a prueba nuestros nervios a primera hora de la tarde, justo cuando San Pablo era una fiesta gracias a la salida de su cofradía. Chispeó y hasta hubo quien vio cómo los fantasmas del pasado reciente revivían. Pero fue solo una falsa alarma, apenas cuatro gotas que dieron paso de nuevo a altas temperaturas que, más allá de alguna que otra lipotimia o sofoco, fueron incapaces de restar esplendor al olivo de Redención, el sabor a barrio de Santa Genoveva, los izquierdazos San Gonzalo, la solemnidad de Santa Marta, el recogimiento de la Vera+Cruz, el clasicismo de Las Penas de San Vicente, la alegría de Las Aguas o la elegancia de El Museo. Ni siquiera otro levísimo chispeo hizo tambalearse las ganas de disfrutar de una Sevilla cofrade que se estaba reencontrando consigo misma.

Máxime cuando, después de 1477 días (cuatro años, uno de ellos bisiesto, y 16 días) volvió a vivir como se merece un Martes Santo. Una jornada que se había hecho esperar demasiado y que por fin regresaba ante nuestros ojos, desbordando de público ya no solo puntos estratégicos como la Alfalfa o la zona del Salvador, sino prácticamente cualquier punto del centro que oliese a incienso y azahar. La vieja Híspalis celebró por todo lo alto las Bodas de Plata de El Cerro, otro milagro más en la salida de San Esteban, aprendió de nuevo junto a Los Estudiantes, disfrutó de lo lindo con el arte de la gente de San Benito, paladeó ese estilo tan propio de Los Javieres, se hizo jardín para La Candelaria, dio su visto bueno al cambio de recorrido de Santa Cruz y trasnochó para no acostarse hasta que La Bofetá estaba de vuelta en su casa. Tras tanto tiempo, era obligatorio hacerlo.

Como también resultaba imperativo recuperar la normalidad el Miércoles Santo, que arribó al corazón de la ciudad destilando aires de extramuros gracias a La Sed y San Bernardo. Ya por la tarde, El Buen Fin se encargó de llenar el centro con hábitos franciscanos, completando esta nómina de reencuentros por parte de quienes no tentaron a la suerte en 2013. Otros, en cambio, repitieron aunque con mayor lucimiento, sin tener un ojo pendiente del cielo. De este modo, se pudo disfrutar como mandan los cánones de cómo sigue consolidándose El Carmen, la espectacularidad de La Lanzada, la influencia torera de El Baratillo, cómo El Cristo de Burgos hace que San Pedro quede cerca de Castilla, el guiño a su pasado de Las Siete Palabras y el lucimiento de Los Panaderos, que purgaron a la perfección sus errores recientes. Fue el mejor preludio posible para una 'Triada Sacra' que ya venía llamando con fuerza a la puerta de la ciudad.

Un momento clave de los días grandes que estuvo marcado en su arranque no solo por las mantillas, sino también por el calor, que ganó intensidad hasta el punto de hacer que muchos cirios perdiesen la verticalidad. Un mal menor para unas cofradías del Jueves Santo a las que precisamente el tiempo, con la lluvia como protagonista, ha dado tantos problemas de cabeza. Sea como fuere, esta vez no fue así, hasta el punto de que pudimos sorprendernos de nuevo con las originales flores de Los Negritos, la fuerza de La Exaltación, ese carácter tan propio de Las Cigarreras, la idiosincrasia de la calle Feria en Montesión, esa estampa que nos hace contener el aliento en el misterio de La Quinta Angustia, la que rebosa retazos decimonónicos en El Valle o la que está bañada de plata a los pies de Pasión.

Luego tomó el relevo la Madrugá, que brilló con más luz que nunca, reconciliándose consigo misma tras los sobresaltos que vivió en su sesión matinal el año pasado. Esta vez los únicos que se vivieron llegaron provocados por unas emociones que estallaban junto a las principales devociones de Sevilla. Entre vítores y piropos a La Macarena y La Esperanza de Triana, u oraciones a media voz al Gran Poder. Una noche marcada por El Silencio hecho cofradía, con una plaza de la Magdalena que se convirtió en Calvario y que se hizo día al son que marcaban Los Gitanos. En definitiva, se vivió la vigilia perfecta, que ni siquiera se tambaleó por retrasos en Carrera Oficial o un levísimo chispeo cuando las tres de capa buscaban su casa.

Y si perfecta fue la noche, la tarde incluso logró serlo más. Porque Sevilla se moría de ganas de vivir un Viernes Santo pleno y vaya si lo tuvo. La Carretería y El Cachorro conocieron en la calle los 'smart phones' después de tres años consecutivos en casa. Igualmente, La Soledad de San Buenaventura sorprendió a muchos con una apariencia bastante renovada, como también lo fue el recorrido de vuelta de La O a Triana, cruzando el Arenal. Por su parte, el ruán negro se hizo presente en San Isidoro y el luto en La Mortaja, mientras que la ciudad siguió redescubriendo a Montserrat. Todo mientras el cielo iba cambiando su tono, amenazando con provocar sobresaltos durante el Sábado Santo.

De hecho, el día amaneció encapotado y hasta volvió a chispear tímidamente en algunos puntos de la ciudad. Sin embargo, los porcentajes de agua se mantuvieron en niveles aceptables, lo que llevó a El Sol a inaugurar la jornada poco después del mediodía, volviendo a mostrarle a todos esa cofradía tan diferente al resto y que, en esta ocasión, estrenaba los primeros bordados de su palio. Más tarde se sumó La Trinidad, llenando la Ronda de capirotes, aplausos, marchas e incienso. Igualmente, Los Servitas volvieron a regalar su cuidada estética desde San Marcos, al tiempo que El Santo Entierro se encargó de recordarnos que todo estaba ya consumado. Finalmente, La Soledad de San Lorenzo nos dejó una vez más el alma helada, confirmando que la Semana Santa se nos iba definitivamente y que, incluso, corría serio peligro el Domingo de Resurrección.

No en vano, La Trinidad regresó a casa con una hora de adelanto, puesto que las previsiones no eran para nada halagüeñas. A pesar de ellas, La Resurrección tiró de valentía y se puso en la calle a su hora, aunque acelerando su ida y recortando su vuelta para evitar la lluvia. Ésta hizo aparición casi desde la salida, primero de manera fina e intermitente, mientras el cortejo devoraba metros sin solución de continuidad. Después, de un modo más insistente, lo que obligó a suspender la estación de penitencia cuando el Señor ya estaba por Correduría y la Virgen de la Aurora en la puerta de Montesión. Ambos se encontraron en la esquina de la Cruz Verde, justo en el momento en el que uno y otro iniciaban su apresurada vuelta a Santa Marina a paso de mudá.

Era el epílogo más triste posible para una Semana Santa en la que, paradójicamente el sol y el calor fueron los grandes protagonistas. Sin embargo, las nubes volvieron a jugarnos una mala pasada justo al final, dejándonos sin el broche de oro que hubiese significado un pleno que se nos resiste desde 2009. Ahora, solo resta quedarse con lo mucho y bueno que nos han dejado estos días grandes, soñando a la par con que en 2015 las cosas puedan ser todavía mejor. A fin de cuentas, tampoco queda tanto para el próximo Domingo de Ramos, apenas 343 días que ojalá pasen volando.

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