domingo, 27 de julio de 2014

El peligro de la nostalgia

Durante los últimos tiempos, son cada vez más los que alertan que, ya sea por los efectos colaterales de la crisis o simple nostalgia, las dos Españas están volviendo a aparecer en escena. Una, religiosa y conservadora. La otra, revolucionaria y anticlerical. Y ambas olvidándose de aquello que decían en la antigua Grecia de que "en el término medio está la virtud". Es más, parece que según avanza el tiempo aumenta el abismo que separa a estas tendencias cuyo único objetivo no es el bien común siguiendo unos determinados preceptos, sino imponer sus ideas a las del otro sin tener en cuenta nada.

Un claro ejemplo de ello se ha podido ver a través de la sección andaluza de Podemos, partido que sorprendió a propios y extraños en las elecciones europeas, cosechando cinco escaños. En este sentido, este colectivo, que en nuestra autonomía apoya sin ambages las teorías revolucionarias y bolivarianas, ha prometido que cuando gobierne intentará imponer una sociedad laica, "con menos iglesia y sin Semana Santa". Es más, fundamentan esta idea señalando que el mismo derecho tendrán en demostrar públicamente su fe quienes profesen cualquier otra religión. Habida cuenta de ese convencimiento, ¿qué problema habría? Si se piden libertades, ¿por qué coartar la religiosa? ¿es que no se puede ser de izquierdas y creyente? ¿por aborrecer a la iglesia se resuelven todos los problemas? ¿eso va terminar con la corrupción y los mangantes?

¿Y qué hay de esta fiesta como reclamo turístico? ¿Tendrán los cerebros privilegiados de este partido ideas suficientes para conseguir los mismos ingresos de otra forma? Y en cuanto a las señales de identidad, ¿las borramos de un plumazo porque sí? Y la labor social, ¿la asumirá el Estado en su totalidad o para eso sí seguirían contando con las hermandades? Nuevamente, el desconocimiento y el simplismo lleva a catalogar a la iglesia como el demonio, obviando todo lo bueno que hay detrás de ella. No sólo es ostentación, riqueza y privilegios, sino también, en muchos casos, el motor social de zonas que de otra manera jamás saldrían de su situación. Es más, ¿por qué no se piensa hacer lo mismo con la Feria? Será que el rebujito y la manzanilla gustan a todo el mundo.

Lo más triste de todo es que colectivos que proponen burradas como éstas se autodenominan progresistas, olvidando que en pleno siglo XXI olvidan el respeto al diferente y, para más inri, recuperan una tendencia que, unida a otra de similar calibre pero diametralmente opuesta, propició el peor escenario de cuantos encontró nuestro país en el XX. La memoria es frágil y muchas veces las ganas de cambio y el inconformismo nos llevan a una nostalgia errónea en la que pensamos que cualquier tiempo pasado fue mejor, pasando por alto que ningún radicalismo es bueno, sólo aquel que reza que hay que amar al prójimo, precisamente lo que dijo alguien a partir del cual se creó algo que algunos han desvirtuado y otros aborrecen aunque sin conocer realmente cómo son las cosas.

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